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EL VIAJE

Lo único que sabía era que iba a emprender un viaje.  Desconocía el punto exacto de partida así como el punto de llegada. Por lo que al punto de partida le llamé “a” y al punto de llegada le llamé “b”.  Esos puntos me ayudaron a mantener la certeza dentro de la incertidumbre de mi viaje.

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LA MONTAÑA

Un día de octubre de un año que a veces no quiero recordar, subí a una montaña en San Juan.  En la cima de la montaña había un lago de aguas diáfanas y serenas.  En el agua se reflejaban las nubes del cielo que más que torbellinos de gases en el aire, parecían copos titánicos de algodón flotando en el espacio.  En la superficie del agua también se detallaban las otras montañas verdes que colindaban con mi montaña.  Por el efecto del espejo que el agua producía, el paisaje se veía duplicado: montañas arriba y montañas abajo. Yo no estaba solo del todo.  A mi derecha me acompañaba un árbol de arrayán.  Era un árbol viejo, cuya corteza se entretejía en capas que parecían arrugas, líneas, betas grises y betas de color castaño.  El follaje del arrayán no era tan abundante.

Mi padre me había contado que más allá de la última montaña, en el valle elevado que se ve en tonos azules, verdes y violetas, habita un príncipe. Una vez el príncipe llegó al lago, hablamos de los pinceles que ambos teníamos en los ojos  y nuevamente se marchó.  No sé si el encuentro del príncipe sucedió en ese presente o si hace parte de una estampa del futuro.

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LOS VEHÍCULOS

En San Juan se corrió el rumor del viaje que quería emprender. Por lo que Camilo me confesó que lo más adecuado era que pensara en el medio de transporte que iba a utilizar.  Camilo me convenció del hecho de  que en estos tiempos ya la gente no se movilizaba de a pie, ni mucho menos utilizaba animales de carga.  Camilo puso a mi disposición un camión.  El camión era alargado, con una cabina reducida en donde sólo cabía el conductor. Conduje por algún tiempo el camión de Camilo.  Recorrí todas las calles de San Juan.  Y al paso del tiempo, ya los lugareños me identificaban como el viajero de a a b. Yo conocí al detalle las calles de San Juan.  Recorrí las montañas de la aldea.  Identifiqué los meses del año donde más nacen frutos, los días en que más hojas caen de los árboles y el tiempo cuando reposan las semillas para florecer.

Los aldeanos dispusieron para mí un laboratorio.  En una casa abandonada que quedaba al borde la vía, al lado de una de las múltiples lagunas que reposan en San Juan,  dispusieron para mí una enorme casa que había sido habitada por uno de los primeros habitantes de San Juan.  Era una casa inmensa de color amarillo. La casa tenía ventanales que iban de techo a piso y los pisos brillaban cuando la luz se reflejaba en ellos.  Ahí construí mi laboratorio. El laboratorio del profesor Brayan.  Así me llamaban.

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Con el tiempo llegó Jairo Stiven con su carro. El vehículo era un automóvil que llevaba en el techo una estructura de metal gigante que sobrepasaba diez veces el tamaño del vehículo.  Era una estructura aerodinámica que le permitía al carro viajar por carretera levitando a casi un metro del piso.  Jairo Stiven quiso convertirse en mi compañero de viaje, y se convirtió en el primer narrador de la historia.

Así fueron llegando mis demás compañeros de viaje: Juan Camilo, Dana, Andrés, Gabriela Sofía, Oscar, Javier, Cristian, Freddy, Miguel Ángel y  Martín. Cada uno de los vehículos tenía diferentes adaptaciones realizadas por cada uno de los colaboradores.  Por ejemplo, el carro de Dana tenía franjas verticales de colores que se iban intercambiando a lo largo de las horas del día.  El camión de Javier tenía una caja de cristal, el carro de Miguel Ángel tenía los ejes curvos que se adaptaban a la topografía del terreno.  Y así cada uno tenía implementos que solo cabían en la imaginación de cada uno de los dueños de los carros.


De esta forma decidimos partir de San Juan con mi vehículo y treinta y nueve vehículos más con sus respectivos conductores.

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Debo aclarar que aunque el viaje aún no iniciaba del todo, para mí el viaje inició desde aquel remoto momento en que en mi mente se instaló el pensamiento que cubría el deseo de emprender esa travesía. Por lo que cada suceso posterior a aquella revelación era una estación más entre a y b.

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LAS COMETAS

Algunas personas de San Juan temieron que debido a los peligros que pudiera ofrecer el camino desconocido para todos, pudiéramos perder la memoria. Por lo que un grupo de los sanjuaneros que no iba a viajar, decidió diseñar un dispositivo para accionar la memoria.

El artefacto era sencillo.   Los aldeanos fabricaron unas cometas que llevaban estampadas la figura de las manos de todas las personas de San Juan. Sara Tatiana, María Antonia, Lorena Paola, Oriana, Emily, Salomé y Yuri Gabriela, estamparon jeroglíficos de colores  en cada una de las cometas con los cuales escribieron la historia de San Juan.


Las cometas se elevaron  sobre las montañas de  San Juan y se izaron de forma permanente.  Día y noche se podían ver en el cielo desde cualquier lugar del mundo, incluso desde la luna.

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Al año de haber partido de San Juan, la caravana llegó a la ciudad de Bogotá.  Entramos por la carrera séptima y nos detuvimos en la plaza de Las nieves a contemplar la luminaria que se había enamorado de los cerros orientales.  Continuamos el camino más allá de la avenida Ciudad de Lima hasta llegar a la Avenida Jiménez, donde un mago nos estaba esperando.

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EL MAGO

Era José Luis.  Un buen mago de ojos brillantes del color del café, tez oscura y cabello rizado de color negro.  El mago había llegado desde Quito  hasta Bogotá porque se había enterado de nuestra caravana y decidió instalarse a un costado la carrera séptima con calle doce  para esperarnos y darnos algunos consejos para nuestro viaje.

En los días en que nos encontramos con el mago José Luis, los periódicos anunciaban que tres personas de Bogotá habían llegado a la luna en una nave espacial. Todos en el planeta tierra, sin excepción alguna, comentaban la hazaña de la llegada de estas tres personas al satélite selenita de la tierra.


José Luis nos reveló que aparte de ser mago también es un ingeniero aeronáutico. José Luis desarrolló la habilidad de moldear los metales y gracias al dominio de las leyes de la física cuántica, diseñó y fabricó la nave que llevó a los primeros seres humanos a la luna.

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A cada uno de nosotros se nos iluminaron los ojos de dicha cuando las manos de José Luis modificaron las estructuras de nuestros vehículos y las convirtieron en naves espaciales con las que pudimos todos viajar hasta la Luna.

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LA LUNA

Desde la luna, la tierra se veía como una esfera que imponía su presencia en medio del firmamento lunar.  Un planeta tierra de color azul flotaba en el espacio.  Desde los más de trescientos mil kilómetros que nos separaban de distancia, era fácil identificar cada uno de los valles, los ríos y los mares de la tierra.  Sobre todo, se notaban las montañas de nuestro amado San Juan.  Pudimos contar las cometas que se elevaban desde las montañas.

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